lunes, 21 de julio de 2014

Descubre La Noche Conmigo — Capitulo 2.



.Descubre la noche conmigo.


CAPITULO 2.

                Habían pasado tan solo unas horas desde que Marcus llegara a casa, y después de un largo baño y de un pequeño emparedado, que llenó tan solo un poco su estómago, se echó en aquel sofá del salón. Su mente permanecía en blanco, o al menos eso intentaba. Su correo electrónico estaba lleno de emails de su agente, y en todos ellos se encontraba escrita la misma frase: “No seas idiota, y vuelve. Aquí está la gente que te quiere”. Cuanto más los leía, más se daba cuenta de que, los que estaban esperándole en Londres, en realidad solo querían su trabajo y lo importante que era para los demás.

                Marcus había perdido a sus padres en un accidente de avión. Por aquel entonces, él estaba tan involucrado en la apertura de su primera galería de arte que apenas tuvo tiempo alguno de marchar a las Bahamas y pasar con ellos las vacaciones. Aún llegaba a mortificarse por no haberlo hecho, de aquella manera hubiera disfrutado un poco más de sus padres, pero, ya no había manera de echar atrás todo lo ocurrido. Lo pasado, pasado estaba aunque le doliera y le condicionara. Siempre había sido cercano a sus padres, y siempre se había apoyado en ellos a la hora de emprender un nuevo reto en su vida, y ahora no podía hacerlo, estaba perdido y sin los consejos de ellos.

                En su teléfono móvil se encontraba entre sus imágenes algunas de su padre, de su madre cocinando, e incluso de Bash, su perro. Sin duda alguna echaba en falta su apartamento y su vida en Londres. Ahora vivía en una casona de pueblo, la cual lo cobijaba del frío gracias a aquella pequeña chimenea. No era una lujosa cabaña como aquellas que utilizaba cuando marchaba a la nieve con los amigos, era todo lo contrario. Las paredes eran de piedra cubiertas con una especie de pintura que prevenía de la entrada de la humedad de la mar. Era húmeda y fría, y no tenía compartimentos separados. La cocina y el salón estaban unidos, así como lo estaba el aseo y aquella pequeña habitación en la que no había podido conciliar el sueño durante muchas horas seguidas.

—Bueno, creo que es hora de dormir.

                Marcus se dispuso a levantar su trasero de aquel sillón de tonos grisáceos. Tomó uno de los utensilios que ayudaban a prender aquella pequeña chimenea y machaqueó de aquella manera las brasas, apagó las luces del comedor y con ello caminó hacia aquella habitación. Destapó aquella y con ello, se introdujo entre las cobijas para conciliar así el sueño, deseando que por una noche, no despertara hasta la mañana siguiente.






                Los rayos de sol alumbraban la estancia donde Marcus había pasado por fin, una noche de sueño completa. Tan solo eran las seis de la mañana y ahí se encontraba él. La mitad de las mantas que había utilizado para cubrir su cuerpo se encontraban en el suelo, y él tumbado boca abajo tenía la cabeza bajo la almohada. Su sueño era profundo pero aquello duraría bien poco. El gallo de su casero y vecino solía cantar alto al despuntar la mañana, y aquel momento ya se estaba preparando. El animal ahuecó sus alas y levantó alto su cuello para dejar escapar aquel cantar mañanero que hizo que Marcus brincara en aquella cama.

—Joder, ya podía cerrar el pico.

                En aquel momento, Marcus, tomó aquella almohada y la apretó fuerte contra sus orejas. No deseaba escuchar, solo quería dormir pero le iba a ser imposible mientras el animal no callara. Soltó un largo y profundo suspiro de resignación y se giró mirando el techo. Talló sus ojos entre algunos restregones y soltó un bostezo que cualquiera diría que pareciera un león. Se incorporó y tras apoyar sus pies en el frío suelo, se dispuso a levantar caminando al aseo donde echara una meada y con ello, se aseara las manos y el rostro. 

                Hacía unos días que había quedado con Paul para ir a faenar juntos. Si bien no era un experto en pesca, era una manera de mantener su mente en movimiento, y como no, de mantenerse activo durante unas horas. Tomó rumbo hacia aquella pequeña cocina, preparando un café solo bien cargado. Una vez acabado se dispuso a vestirse.

                No es que tuviera mucha ropa vieja para colocarse pero consiguió hacerse, en la tienda del pueblo, con un jersey ancho así como unos jeans menos ajustados de los que se acostumbraba a llevar. Colocó sus botas y abrió aquella puerta de la casona para dirigirse a casa de su vecino. Caminó con paso lento, más lento que de costumbre pues aún quedaban diez minutos para que diera la hora exacta a la que habían quedado. Llego a la puerta y se apoyó en el vallado que rodeaba la casa, mirando a un lado u otro.

—Milo, has cantado demasiado alto hoy, me has despertado.

                Aquella voz le hizo virar. Si bien no había coincidido con alguna mujer joven en toda Vernazza, aquella voz le pareció tan dulce como angelical. Giró su rostro hasta encontrar de donde procedía. La joven se encontraba apoyada en la balaustrada de aquella ventana hablando con aquel gallo escandaloso que lo había despertado a hacía ya más de media hora.

—Parece que hoy se despertó con el deseo de levantar a todo el pueblo.

                Comentó él ante la atenta mirada de aquella joven de pelo cobrizo y ojos azules que ahora le miraba algo sorprendida y confundida. Era la primera vez que Samanta y Marcus se encontraban, y el choque de ambas miradas duró tanto como el tiempo que tardó su abuelo Paul en salir de la casa.

—Vaya, parece que ya os conocéis. Ella es Samanta, mi nieta. Pequeña, él es Marcus, nuestro inquilino de la casa blanca.

                Ella tan solo sonrió y volvió a mirar a Marcus algo avergonzada, pues se encontraba con aquel camisón que le prestara su abuela hasta que sus pertenencias llegaran desde Florencia. Samanta tenía tan solo veinticuatro años de edad, y acababa de terminar su carrera de artes en Florencia. Tan solo tenía a sus abuelos con los que había vivido desde que su madre muriera a causa de una neumonía severa y mal curada. Era una joven preciosa. Su melena llegaba a rozar la curvatura de su cintura. Sus ojos azules aún eran más azules a la luz del sol, y sus labios rosados eran perfectos para mordisquearlos e invitarlos a un festín de besos. Su cuerpo, bueno, Marcus no pudo ver más allá de aquellos senos que se dejaban ver a duras penas bajo aquella sedosa y rosada tela, pero, lo poco que vio despertó en él aquella sensación que solo había sentido una única vez. Cuando se enamoró de su profesora con tan solo doce años. La mujer no estaba nada mal pero Samanta estaba aún mejor.

—Es un placer, Samanta. Espero podamos vernos más a menudo.

                Dijo mostrando aquella sonrisa cautivadora que había perdido en unos meses y acababa de renacer de nuevas sin que él se diera cuenta de ello. Ella solo asintió y desapareció en el interior de aquella habitación. Marcus se quedó en silencio mirando hacia aquella ventana a pesar de que Paul no hacía más que hablar sobre aquello que harían hoy.

—Hey. ¿Estás de acuerdo en que marchemos más allá de la bahía?.

                Marcus asintió nuevamente y se giró en busca de Paul que ya había emprendido camino hacia el puerto donde se estacionaba su pequeño velero, y Samanta los observaba a través de las cortinas sin perder un solo detalle de aquel joven que la había dejado muda por minutos.

viernes, 18 de julio de 2014

Destinada




Bosque de Lagunas Blancas, Lims — Durante la primavera.
               
                “Ojalá mi padre hubiera conocido a Daniel. Quizá hubiera sido de su agrado y en éste mismo instante estaría preparando mis nupcias con él. Tan solo quizá. Míran, despierta de una vez. Padre jamás habría aceptado que un soldado se casara con su hija, con su primogénita después de que Lys muriera de aquella enfermedad tan extraña. Lys era un soldado fuerte y apuesto, pero no un hombre destinado a ser rey, como Klark. Él sí que nació para ser rey. Aquello es lo que día a día dice madre, pero, para mí no existe un hombre tan merecedor del título de rey como Lys. Él es mi señor, estoy enamorada de él, pero en éste mundo de hombre, la mujer solo es un animal que prestar y vender. Un objeto deseado y único en el mundo.

                Los hombres pueden vendernos como si fuéramos un saco de cebada para caballos. Mi padre, así lo ha hecho conmigo. Mi destino es casar con Klark, un hombre de más de treinta años de edad que comparado con mis quince años de edad, se quedan en quince años de más. Podría ser mi padre, o incluso mi hermano mayor, pero no, él se convertirá en mi esposo y gracias a ésta unión, mi padre conseguirá no solo tierras sino el oro suficiente para abastecer a todo el reino. 

                Madre siempre dice que la mujer, solo se debe a su señor. Que durante la noche del casamiento, me robarán la inocencia, y aquello, de solo pensarlo solo me asusta más. ¿Robar mi inocencia, por qué?. ¿Qué ganará él haciéndolo?. Ella me aconsejó que al arribar a la estancia, dejara mi cuerpo al desnudo para él,  de aquella manera, no tendría que esforzarse demasiado. Dijo que me montaría con fuerza, que quizá sangraría pero que no debería preocuparme por nada, pues, si los Dioses lo deseaban, me compensarían con un hermoso hijo en unos meses.

                ¿Acaso estoy preparada para ello?. ¿Tener un hijo?. No, aún no lo estoy. Tan solo deseo tomar de la mano a mi hermanita Lianda y así salir a los jardines durante la tarde, perseguir mariposas y recoger flores. Amo la naturaleza más que a otra cosa, bueno, no más que a Richen, mi yegua. Ella ha estado junto a mí a lo largo de los años, y aunque Klark se dispuso a regalarme otra yegua de cabello azabache, ninguna otra se podrá comparar a los plateados de Richen. 

                Las doncellas no dejan de comprobar el tallaje de éste hermoso vestido de sedas azules. Las mangas rozan el suelo de piedra de la sala, y puedo sentir como mi respiración es algo costosa a causa de lo ajustado que me queda. Las órdenes de madre es que debía mostrar mis dotes a mi futuro esposo, de ahí que formara casi parte de mi misma. Sus bordados están hechos en plata, lleno de hermosas rosas y mariposas que lo llenan por completo elevándose hacia la nuca en forma de pico, y encogiéndose en pico a la altura de mis senos, los cuales de una forma extraña comenzaron a abultarse cuando comencé a marchar hace ya unos meses. Tiene una largaría increíble, acabando en un rodel que lo hace aún más bello al caminar. Entre mis cabellos rojizos, entre aquellos rizos se encuentra la tiara de zafiros que madre llevara para su unión junto a mi padre, en mi vientre, reposa un cinto de oro que recae hacia el suelo por el peso marcando mi fina cadera, y en mi mano derecha una hermosa alianza formada por las rocas del mar.

                Mis labios han sido maquillados con un pigmento extraído de frutas salvajes, y mis mejillas se encuentran rosadas por el calor. Todo está preparado, pero no mi corazón, no yo. Sin embargo, todos dicen que estoy más hermosa que otra cosa vista en el mundo que conocen. Quizá sea verdad, pero a mí no me importa. No deseo unirme a Klark, no lo amo a él y se creen con el derecho a decidir sobre mi vida. 

                Llanto, lágrimas son las que recorren mis mejillas al darme cuenta de que no puedo escapar, de que únicamente podría escapar con la muerte. Todos han salido de mi estancia, me encuentro sola junto a mi reflejo en aquel espejo, me miro sin apartar la mirada de mis ojos. Si no acepto mi destino, debo ser valerosa, tomar aquel abrecartas y rebanar así mi cuello. Lo tomo entre mis manos. Rozo con las llevas su filo. Éste se observa tan peligroso. Mi corazón se acelera, y lo llevo a mi cuello. Cierro los ojos y lo apretó sobre mi garganta. Lo apretó aún más. No tengo fuerza, no puedo hacerlo. Una parte en mi interior grita que lo haga pero alguien me apresa entre sus fuertes brazos y aparta de mi garganta aquel pequeño estilete. Mis ojos se abren, mi corazón se para.”

—Lys. . .

                “Él se acerca a mí, me aprieta entre sus brazos, acerca su frente y la reposa sobre la mía, cierra sus ojos y me besa. Me besa con una pasión que despierta un millar de sentimientos en mí. Comienzo a corresponder, pero él se aparta de mí. Toma distancia. Aparta su mirada, y vuelve a mirarme. Su mirada y la mía chocan, y en aquel momento sé qué desea decirme. Se marcha, es una despedida. Mi corazón se rompe. Mis rodillas chocan contra la piedra del suelo, y aquel momento descubro que no puedo escapar. Mi destino, y mis sueños no se encuentran en el mismo camino. Destinada a vivir. Destinada a no ser amada. Destinada a ser desdichada. Destinada a no seguir mis sueños. Destinada. . .”.

martes, 15 de julio de 2014

Para abrir nuevos caminos, hay que ser capaz de perderse.


Para abrir nuevos caminos, hay que ser capaz de perderse.
Nunca una frase significó tanto para mi. 

Ahora mismo me encuentro perdido en medio de un camino que creía haber superado, pero, no, aún continúo en él, y a diario me recuerdo a mi mismo lo idiota que he sido por no conseguirlo. Ya va el cuarto intento y me siento dolido, sin aliento y ganas de seguir. Supongo que llega un momento en el que el dolor hace mella en nosotros y nos condiciona. Siempre he querido seguir firme y con fuerza, persiguiendo algo que realmente deseaba conseguir, pero, ¿acaso es lo único que puedo hacer?, ¿es el único camino a seguir que tengo?.

Cuando abro los ojos y giro entorno a mi, me doy cuenta de que estoy en medio de una gran rotonda con caminos que llevan a un futuro imposible de ver pero, que albergan miles de posibilidades nuevas. Siempre hay caminos nuevos y opciones nuevas a elegir cuando nos perdemos. Parece que no tenemos salida pero sí, sí la tenemos y siempre debemos continuar por muy duro que parezca, sin estancarse, sin caer.

La vida va y viene, y no se detiene, así como nosotros no debemos hacerlo. Siempre que nos corten el paso, debemos buscar la manera de esquivar aquel cierre y seguir adelante. 

Nunca jamás dejéis de mirar al frente. De ser felices. De perseguir aquel futuro que os haga felices.
Ese es mi nuevo conocimiento adquirido: "Se feliz, sigue adelante, cae y vuelve a levantarte con más fuerza para seguir. La vida es hermosa y no debemos perdernos por sentir que todo acabo, por que no, nada ha acabado. Todo comienza cuando algo nos duele y caemos. Todo comienza cuando continuamos el camino que nos hace felices".

domingo, 13 de julio de 2014

Descubre La Noche Conmigo — Capitulo 1.

 
.Descubre la noche conmigo.

CAPITULO 1.


                El sol bañaba con sus tonos dorados y rojizos el agua del mar. El cielo, comenzaba a cambiar de color, pasando de tonos azules a tonos morados, rosados, rojizos. Sin duda era una estampa hermosa de ver, romántica a la vez, y llena de pasión para aquellos que disfrutaban de plasmar aquella estampa en un lienzo entre acuarelas. 


                Marcus trazaba aquellas líneas moradas en su lienzo mientras la brisa del mar azotaba su rostro y movía con soltura, aquellos mechones de pelo castaño que  descansaban por su rostro. Hacía meses que había llegado a aquel pueblo costero con la finalidad de escapar de la rutina de la ciudad y, después de cuatro meses, era la primera vez que tomaba sus acuarelas y plasmaba en aquel lienzo blanco todo aquello que le transmitía aquel atardecer que disfrutaba únicamente con una buena copa de vino tinto.


                Con tan solo once años de edad, su madre Marta, le había inculcado esa pasión por el arte pictórico. Había heredado de ella su pasión por el arte y sin duda, ésta pasión le había llevado a convertirse en uno de los pintores de paisajes más de toda Europa. Amaba transmitir con sus trazos los sentimientos que despertaba en él, la naturaleza. La otra herencia de la familia, pero ésta vez, por parte de su padre, Chals.


                El cielo comenzó a oscurecer sin que Marcus se diera cuenta de ello. Aún continuaba trazando algunas líneas que perfilaban aquellas nubes más oscuras cuando recordó mirar aquel reloj que meses atrás le regalara su ahora, ex pareja, Mirella, podiendo así darse cuenta de la hora que había alcanzado el día. Las nueve de la noche, la hora de cenar, o eso le decía su estómago. Tomó sus pinceles, los cuales guardó en aquella bolsa de cuero desgastada que descansaba sobre la arena húmeda de la playa. Colocó sus acuarelas junto a ellos, y tras plegar el caballete y tomar el resto de bártulos como podía entre sus manos, caminó tomando rumbo hacia la salida de aquella playa. 


                Se encontraba a tan solo cinco minutos de su pequeña casona de planta baja y fachada blanca, en la cual, en sus paredes colgaban macetas con flores de tonos rojos. Caminó lento y pausado hasta encontrarse en la puerta y sacar de su bolsillo derecho aquellas llaves que tan pronto como estuvieron en sus manos, cayeron al suelo.


—Joder.


                Fue lo que espetó Marcus al darse cuenta de que tendría que dejar todo aquello que llevaba encima sobre las losetas del suelo que rodeaban su casa de paso. Lo hizo. Se deshizo del caballete por unos segundos para poder tomar aquella llave casi antigua y poder girar el pestillo superior, y el inferior. La puerta se abrió, encendió las luces a los pocos minutos y poco a poco recogió todo aquello que había dejado en la puerta, para cerrar ésta y permanecer en silencio en el centro del salón. Observando aquel lugar vació, sin ruidos, sin llantos. La relación con Mirella había acabado después de que ella tomara las riendas de su relación y se creyera con la capacidad absoluta de poder manejar el trabajo de Marcus como le daba la gana.


                Soltó un gran y largo suspiro, y con ello se quitó la chaqueta para colgarla en aquel ropero que se encontraba a sus espaldas. Buscó entre sus pertenencias aquel teléfono móvil que lo acompañaba, observó con detenimiento si había entrado algún mensaje a su buzón de voz pero no había nada, y tras dejarlo sobre aquella mesilla que adornaba el centro entre aquellos sofás de tonos grises, se dejó caer en éste por unos minutos, apoyado en el respaldo de uno de ellos, cerrando los ojos, dejando de pensar en todo lo que le había llevado a reencontrarse consigo mismo después de meses.


                Aún recordaba los llantos de Mirella cuando le dijera que la relación entre ambos había acabado completamente, que ya no aguantaba verse arrastrado por ella y su familia, y que no la amaba. Había pasado de amarla como un quinceañero a odiarla por robar su esencia, por acabar con lo que él amaba u aún más, por convertirlo en el hombre que no era. Dijo basta en el momento en el que sus padres anunciaron un matrimonio que ni él mismo había planteado, y con ello, se marchó. Tomó su dinero, una mochila con sus bártulos y en otra un montón de prendas que siquiera le dio tiempo a revisar, y fue directo al aeropuerto. Sus ojos observaron el panel de los próximos vuelos y allí se encontraba, Génova. Sin pensar mucho en que la ciudad se encontraba en la otra punta de Europa, fue directo a la joven a tramitar su billete de ida.


                El vuelo se hizo largo, ansioso, y desesperado. Pudo notar como alguna que otra vez vibraba tintineante su teléfono llegando una y otra vez llamadas perdidas de Mirella, de su padre o incluso de su madre, lo que provocó que lo cerrara completamente. Aquella misma noche llegó a Génova y tras alquilar una habitación en un hotel cercano, pasó la noche lejos de todo aquello que lo ahogaba. Lejos de su vida como Marcus Sabateli. A la mañana siguiente, se acercó a la oficina de turismo y concretó la manera de viajar a un pueblo pesquero, aún más alejado de la vida de ciudad, y lo encontró, Vernazza fue su destino. 


                El pueblo de Vernazza se distinguía por el alto colorido en las fachadas de aquellas casas que formaban aquel pequeño pueblo recogido en torno a un pequeño puerto pesquero lleno de veleros y barcas que salían a faenar al alba. Sin duda alguna, uno llegaba a enamorarse de aquella pequeña población, y no solo por su belleza paisajística, sino, por su belleza personal. La gente de Vernazza era acogedora, tanto como para que pudiera encontrar un alojamiento sin tener que pagar más de tres euros por él.  Solo buscaba un techo para cubrirse, y un lugar donde poder descansar, pero lo que Marcus encontró fue mucho más que eso. Reencontró aquello que lo había apasionado desde bien pequeño, y en su interior sabía que jamás podría marchar de aquel lugar.

sábado, 12 de julio de 2014

Dime que me amas, mi Luna.





Aún recuerdo como brillaba la luna aquella noche. Nunca hubiera imaginado que al salir del trabajo, y con una petición de lo más habitual entre nosotros, fuera a ocasionar que nuestra relación cambiara lo suficiente para que ahora, ambos, los que para entonces éramos los mejores amigos que residían en el mundo, pasáramos a ser, amantes.

Si bien recuerdo, aquella noche estábamos dispuestos a combatir por el primer puesto entre los expertos comedores de pizza, y ahora puedo confirmar, que ni tú ni yo lo conseguimos. Puedo asegurarte que no te invité a mi apartamento con la idea de que nos acostáramos, pero, aquellas cervezas y aquel vodka que compráramos en aquel supermercado cercano a mi apartamento, hizo que nos animáramos como ninguna otra vez. 

No recuerdo cómo llegamos a estar tumbados en aquel rincón del salón, sobre el enmoquetado comiéndonos a más que besos. Mis manos podrían dibujar perfectamente la silueta de tu cuerpo en éste mismo momento. Ellas se deslizaban sin escrúpulos por cada milímetro de esta, como si así grabaran en mi mente tu tacto, la humedad de tu cuerpo, y tu aroma. Recuerdo cada jadeo y gemido que chocara contra mis oídos mientras te hacía mío sin darme apenas cuenta de que, aquella noche me habías embrujado, hechizado, enamorado.

Tan solo ha pasado un año desde que aquella noche pasara, y aún puedo sentirla en mi piel cuando la recuerdo. Mi luna me enamoró y por muy repentino que sonara, en tan solo un mes te llevé conmigo y te hice mi pareja, pero no una pareja de novios, no. En tan solo un mes más, te convertiste en el hombre de mi vida y, ahora, cuando giro el rostro y observo la luna, solo puedo sentirme amado y bendecido. 

Pido a la Luna que día tras día me dé más vida para amarte. Más vida para atarte posesivamente a mí. No quiero que mis ojos dejen de mirarte, y mucho menos que dejes de refugiarte en mi cuerpo. Creo que me volvería loco. Sería como arrancar de raíz aquello de lo que estás viciado hasta el límite. Sí, así es, estar a tu lado se ha convertido en un vicio de cual no quiero escapar.

Ahora mismo la Luna brilla con fuerza en el cielo de la noche. Brilla más que cualquier otra cosa que puedan observar mis ojos en éste momento. Tú duermes plácidamente en nuestro lecho, e incluso lo hace nuestro perro. Yo no puedo dormir. No puedo conciliar el sueño. Supongo que son los nervios al pensar que en tan solo dos días tendremos entre nosotros a un pequeño que nos llamará “papas” en cuanto aprenda a hablar.
Es increíble hasta donde hemos llegado en tan solo un año. Es, un sueño que quizá se haya hecho realidad muy rápido, pero, un sueño que quiero seguir soñando hasta que mi corazón se pare y no pueda verte más.